De un triste
Cuando canta el crespín
en la tarde ardida, cobriza y azul,
llorará la zamba,
vibrando en el aire palomas de ensueño y de luz.
Y mi voz surgirá
viva en la madera de mi guitarra:
cadera de mujer,
tocando el herido destierro de mi soledad.
Muero al amanecer, solo.
Tristeza del crespín,
silbando bagualas,
adentro del monte me voy.
Volveré, sombra ya,
a besar el dulce calor de tu piel:
floración virginal,
carne de jazmines, lunares del amanecer.
Soledad del querer,
lo que me desvela la sangre de amor.
Y partir con el sol,
sombra de la tierra desnuda, nocturna y final.
Autor(es): Jaime Dávalos, Eduardo Falú