Horas tristes
El día que me vieron paseándome con ella,
decían mis amigos mil cosas de su amor.
Decían tanto y tanto, con locos desvaríos,
que de su amor y el mío la gente murmuró.
Dijeron que en las garras de su fatal cariño
habría, como un niño, puesto mi corazón.
Y mi nombre rodaba, rodaba encarnecido,
como un ser que ha sentido horrenda maldición.
Después que la adoré
con ciega fe, me convencí
que la ingrata se burlaba del cariño
que le di en lo grande del querer.
Cuando me abandonó,
frío senti dentro de mi ser,
porque al verme solitario
comprendí lo infame de su amor traidor.
No hay ya de los que saben que ya su amor ha muerto,
me miran y se burlan de aquella ingratitud.
Y acaso se figuran que lejos de su lado
yo olvido aquel pasado que alzó mi juventud.
Quisiera que no vuelva cuando el dolor me pierdo
matar en mi recuerdo y no verla jamás.
Pero la adoro tanto que, a veces, he deseado
mirarme arrodillado por su amor y llorar.
Autor(es): Eugenio Cárdenas, Vicente Spina