No cantes victoria
Vencido por el fuego de aquel amor ideal
que me inspiró el encanto divino de tu ser,
como un reptil inmundo llegué hasta el lodazal
donde tenía un precio tu cuerpo de mujer.
Te había imaginado tan noble, como fiel,
después de aquella triste y amarga confesión,
que ciego entre las garras de tu cariño cruel,
como un vulgar suicida, dejé mi corazón.
Pero, no cantes victoria,
porque hayas echado buena,
que también sus negras penas
hay en las cartas del placer.
Vos naciste con el barro
y aunque te sientas sultana,
si no es hoy, será mañana,
pero al barro has de volver.
El lujo que hoy envuelve tu cuerpo escultural,
lo que es, sin duda, el fruto de otro vendido amor,
te hace olvidar que un día fuiste a un hospital
y en él, junto a tu lecho, lloré por tu dolor.
También hoy, hace un año, que en la amargura atroz
de esta prisión deliro por verte y comprendí,
que solo he de sentirme cuando en el mundo a vos
te paguen con el cobre que me has pagado a mí.
Autor(es): Juan Fulginiti, Juan Epumer