Una paloma porteña

Tangos

Llegaba de casualidad
y se encontraba en la ciudad
con un adiós, y con el fin de su niñez.

Sabía mentirles por detrás,
risa de azul y miel con sal,
a los muñecos y a la piel. Nena fatal.

Lloró una vez y nunca más
cuando en un bar, a plena luz de los demás,
se ahogó en un té sin endulzar
y un viejo Dandy le clavó una soledad.

Él se llamaba Decepción,
tenía sólo un tango al sur,
que le quedó al rematar toda su edad.

Vivía en la calle del temor,
y los domingos con el sol
salía del brazo gris de su tranquilidad.

Sonrió una vez y siete, no
cuando olvidó mirar el día y aletear.
Las plumas grises sin usar,
y la llovizna de una vida en soledad.

Ella le dijo: Tengo un beso y una guerra,
para escaparnos y empezar a iluminar.
Él se incendió de escandalosa juventud,
le dio la mano y la promesa de volar.
Una vergüenza de vivir en libertad
se les colaba algunas veces en el sueño.

Una alegría pequeña,
una paloma porteña
Y la dulzura de aquel
“nunca más”.

Todos manchados de ser par
tienen las ganas de parir felicidad
flameando azul de piel en piel

Y con su barco de aserrín
naufragan una y otra vez
en la sonrisa de esquivar la decepción.

Si los llegás a ver ahí
donde se prende el alba nueva en la ciudad,
no preguntes a dónde van
llevándose la luz del día en el ojal.

Autor(es): José Arenas, Marcelo Saraceni
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